Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces?
✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí». «Si me conocéis a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.» Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré». Palabra del Señor.
Quizá sea algo inesperado que Jesús se lleva ante la pregunta de Felipe. ¿Nos muestras al Padre? ¿Y qué he hecho yo hasta ahora? La lógica del Señor no es tan inmediata y clara como la de los discípulos. Hace falta un momento un proceso: repetirla en la cabeza, pasarla por la memoria, saborearla con el corazón.
Entonces imagino a un hombre que se ha dado cuenta de que es el hijo de Dios; un hombre humilde, que tiene poco tiempo para realizar la tarea más importante de la historia de la humanidad. Qué ansiedad se apoderaría de un hombre corriente. Qué ansiedad, a veces, nuestra vida llena de responsabilidad, solos para decidir nuestro destino, para hacer elecciones jugándonos el poco tiempo que tenemos en la tierra. ¿Qué preguntar primero?
Pero esa no es su lógica. Las obras del Señor no son revolucionarias en sí mismas. Son nuevas porque brillan con un amor nuevo, dan la impresión de rebosar de agua. La angustia no existe si ya has conseguido aquello para lo que viniste al mundo, que es amar y ser amado. No hay nada más importante que podamos pedir en su nombre: la gracia de saber que estamos en el Padre, que tenemos -definitiva, continua, inmutablemente- su amor.