La lepra se le quitó, y quedó limpio.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes. Palabra del Señor.
Meditación del Papa Francisco
Señor, si quieres, puedes limpiarme…” Jesús, sintiendo lástima; extendió la mano y lo tocó diciendo: “Quiero: queda limpio”. La compasión de Jesús. Ese padecer con que lo acercaba a cada persona que sufre. Jesús, se da completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente… simplemente, porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se avergüenza de tener compasión.“No podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado”. Esto significa que, además de curar al leproso, Jesús ha tomado sobre sí la marginación que la ley de Moisés imponía. Jesús no tiene miedo del riesgo que supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las consecuencias.La compasión lleva a Jesús a actuar concretamente: a reintegrar al marginado. Y éstos son los tres conceptos claves que la Iglesia nos propone hoy en la liturgia de la palabra: la compasión de Jesús ante la marginación y su voluntad de integración. Marginación: Moisés, tratando jurídicamente la cuestión de los leprosos, pide que sean alejados y marginados por la comunidad, mientras dure su mal, y los declara: “Impuros”. Imaginen cuánto sufrimiento y cuánta vergüenza debía de sentir un leproso: físicamente, socialmente, psicológicamente y espiritualmente. No es sólo víctima de una enfermedad, sino que también se siente culpable, castigado por sus pecados. Es un muerto viviente, como "si su padre le hubiera escupido en la cara". (Homilía de S.S. Francisco, 15 de febrero de 2015).
Queridos hermanos en Cristo Jesús, en el relato del evangelio de hoy, encontramos la conmovedora escena en la que un leproso se acerca a Jesús con humildad y confianza, diciendo: "Si quieres, puedes curarme". Esta actitud del leproso refleja una profunda comprensión de su propia fragilidad y dependencia de la misericordia divina. Aprendemos de él a presentarnos ante Dios con sinceridad, reconociendo nuestra necesidad de sanación y redención.
Jesús, en su respuesta, nos revela la naturaleza compasiva y amorosa de Dios. No solo acepta la petición del leproso, sino que lo toca, rompiendo con las barreras sociales y religiosas de su tiempo. Este gesto simboliza la proximidad de Dios a nuestras vidas, dispuesto a sumergirse en nuestras heridas y miserias para ofrecernos su amor sanador.
En nuestra realidad actual, a menudo nos encontramos en situaciones difíciles, desiertos emocionales o noches oscuras de la vida. Sin embargo, la historia del leproso nos recuerda que incluso en esos momentos, podemos acudir a Dios con confianza. Él no se cansa de escucharnos y de ofrecernos su mano amorosa para guiarnos y sanarnos.
Jesús, al retirarse a lugares menos concurridos, nos enseña a no desanimarnos en medio de la adversidad. Aunque el mundo pueda parecer indiferente o incluso hostil, Dios siempre está dispuesto a recibirnos y colmar nuestras sedes más profundas. Nos invita a buscar manantiales de vida verdadera en lugar de conformarnos con las ofertas vacías que el mundo nos presenta.
En este tiempo de repliegue y soledad, recordemos que la auténtica felicidad se encuentra en la alegría serena, la sobriedad y la sencillez de una vida compartida en fraternidad y solidaridad. Jesús nos muestra que la verdadera riqueza está en vivir en comunión, en familia, y en compartir nuestra vida con generosidad y amor.
Que esta reflexión nos anime a acudir a Dios en todo momento, confiando en su amor incondicional. Que podamos ser como el leproso, reconociendo nuestra creaturidad con humildad y recibiendo la gracia sanadora que Jesús nos ofrece. Que nuestra vida sea un testimonio de la presencia viva de Dios, capaz de transformar nuestras heridas en fuentes de esperanza y vida plena. Amén.