Uno de vosotros me va a entregar... No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”». Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces». Palabra del Señor.
A las puertas del Triduo Pascual el Evangelio no deja de sorprendernos. Hoy asistimos ante todo a una entrega de la humanidad de Dios en manos del hombre. Jesús vive un momento de gran intimidad con sus discípulos, está a la mesa y come con ellos pero su corazón está turbado. Es el estado de ánimo del viajero, de quien ha emprendido el camino santo y encuentra su fuerza en Dios, es el temor de quien, viviendo en Dios, lo deja todo hasta la entrega total de sí mismo.
Sus discípulos han aprendido a conocerlo, reconocen su estado de ánimo y quisieran hacer algo. Sienten el aire cargado de satisfacción, incluso si sus ojos aún no son capaces de comprender lo que está sucediendo. Se preparan así, casi inconscientemente, para la verdadera Pascua en la que Jesús revelará el verdadero rostro de Dios: un Dios que es amor sin fin, que se sentará en su trono -la cruz- y juzgará a todos con su ley, el perdón.
Quien, con el entusiasmo de Pedro, quiera seguirlo hasta la muerte, debe, ante todo, dejarse amar en sus propias debilidades y con toda humildad. En las negaciones cotidianas, si se deja mirar por Jesús, descubrirá una nueva identidad capaz de quitarse toda máscara.