Si el Hijo os hace libres, sois realmente libres.
✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre». Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán». Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre». Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió». Palabra del Señor.
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús se dirige a aquellos que, habiendo abrazado la fe, aún se aferran a su identidad terrenal, basada en la descendencia de Abraham. Estos discípulos judíos creían que su linaje los colocaba por encima de otros, incluso de aquellos que compartían su fe en Jesús. Sin embargo, Jesús les recuerda que la verdadera filiación no se basa en la sangre, sino en la fe en Él como Salvador.
En nuestros días, podemos ver reflejadas estas actitudes en nuestra propia comunidad. A veces, podemos sentir la tentación de juzgar a otros cristianos en base a sus orígenes, sus prácticas religiosas o su posición social. Nos olvidamos de que todos somos iguales ante Dios, llamados a vivir en unidad y fraternidad como hijos suyos.
No debemos caer en el orgullo espiritual, creyéndonos superiores a nuestros hermanos y hermanas en la fe. Cada uno de nosotros, sin importar nuestra historia o circunstancias, tiene un lugar especial en el corazón de Dios. Debemos recordar que la verdadera grandeza no se encuentra en nuestra posición o prestigio, sino en nuestra humildad y amor por los demás.
Que en este día, reconozcamos la alegría de ser parte de la familia de Dios y la responsabilidad que tenemos de amarnos y apoyarnos mutuamente en nuestra caminata de fe. Recordemos las palabras de Benedicto XVI: "Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, también y sobre todo en los momentos difíciles". Que podamos vivir esta verdad en nuestra comunidad, siendo testigos del amor y la unidad que provienen de nuestro Señor Jesucristo.